Queridos amigos, hace unos días me dijeron algo gracioso: que mi cédula de identidad empieza a ponerse amarilla. La expresión no deja lugar a dudas de que me estaban sugiriendo que me estaba haciendo viejo. Siempre tratando de ver el vaso medio lleno, lo tomé como una buena señal. Si mi cédula de identidad está poniéndose amarilla significa que todavía estoy aquí, que mi trayectoria de vida me ha proporcionado historia y aprendizaje y, lo mejor de todo, que estoy teniendo la oportunidad de participar en uno de los momentos más transformadores de la humanidad, con cambios que ocurren todo el tiempo y en cortos espacios de tiempo.
Desde los años 90, cuando empecé mi vida profesional, han cambiado muchas cosas. Recientemente recordé que en la universidad, en 1994, conocí algo llamado Internet. En ese momento, Internet en Brasil sólo estaba disponible para el gobierno, los centros de investigación y las universidades federales. Sólo en 1998 fue puesta al alcance de la población, a través de las empresas de telecomunicaciones. Chicos, eso tiene poco más de veinte años, ¡fue ayer! Por cierto, ¿alguien recuerda cómo era la vida sin Internet?
En esa época en el mundo se hablaba mucho de la Calidad Total. Todas las empresas trataban de implementar lo más rápidamente posible programas de calidad total y exhibir algún tipo de sello en sus productos y en el marketing. Era el tema del momento y los que tenían alguna certificación lo proclamaban a voces. Los consultores en calidad total se beneficiaron mucho de la fuerte demanda hasta el punto de que, en su momento, ésta llegó a ser la calificación más deseada para un colaborador.
¿Pero qué es lo que ocurre hoy por hoy? ¿Conocen alguna empresa que destaque la calidad total cuando se presenta? Yo no. ¿Y por qué es así? Quizás porque la calidad total ha dejado de ser un diferencial, se ha convertido en un requisito previo para que la empresa se mantenga en el mercado. El consumidor es cada vez más exigente, y lo básico para él es que cualquier producto sea impecable. No se acepta más que una empresa suministre productos o servicios que no sean de primera clase. Por lo tanto, no tiene sentido decir hoy que una empresa se destaca por la calidad total.
La ola actual es la innovación. Una vez más, una palabra se convierte en la más mencionada en el mundo de los negocios. Las empresas quieren ser innovadoras (algunas incluso piensan que lo son, pero no es así), los profesionales sueñan con especializarse en innovación, el marketing explota el concepto hasta el extremo para hablar de las empresas. Y, una vez más, las consultorías sobre el tema están con una agenda llena.
Pero, a diferencia de la calidad total, la innovación va mucho más allá de los rigurosos procedimientos operativos. Una empresa no se vuelve innovadora al conseguir una certificación otorgada por algún organismo. Hoy en día, quien certifica es el propio consumidor y ya no hace falta una institución que diga lo que es bueno y lo que no lo es. El consumidor ya ha descubierto que puede opinar sobre esto basándose en su propia experiencia, sin ser influenciado por nadie. Por eso, las inversiones en consultores, la capacitación de colaboradores y la creación de protocolos son esfuerzos válidos, pero no aseguran que una empresa se vuelva innovadora.
El consumidor es cada vez más exigente y se ha acostumbrado a la abundancia de una gama de soluciones cada vez mejores. Cada día surgen nuevas tecnologías que desafían los modelos actuales y cambian nuestra forma de vivir, relacionarnos y consumir. Por lo tanto, ser una empresa innovadora ya no es un diferencial, es un prerrequisito, una condición para la supervivencia y la longevidad. Y, al igual que sucedió con la calidad total, la innovación también comienza a ser un atributo de diferenciación del pasado.
La diferencia es que la capacidad de innovar no viene por medio de cursos o formación, sino por la introducción de la innovación en la cultura de la empresa. Y el cambio de cultura lleva tiempo, es un proceso de aprendizaje que no ocurre a corto plazo. Por eso le propongo que, si aún no ha introducido la innovación a su empresa, no espere más, empiece ahora. Renunciar a este “sello de calidad” actual no sólo puede hacer que su empresa se quede atrás: quizás su empresa esté corriendo el riesgo de ser borrada gradualmente de la historia de aquellos que hicieron historia en estos tiempos de innovación.
Fuente:
Artículo de Everton Gubert, CEO de Agriness, para su columna “Punto de Partida” en la Revista Feed&Food. Publicado en la edición de noviembre de 2019.