Brasil es un país maravilloso, bendecido por Dios y hermoso por naturaleza, como ya lo decía nuestro querido Jorge Ben Jor. Es prácticamente imposible decir qué es más bello en esta patria amada, además tengo el privilegio de vivir en Florianópolis que es, entre tantos lugares hermosos, un pedacito del paraíso en nuestro gran país. Usando la misma lógica, dentro del “país” Florianópolis hay una colección de muchos otros pequeños paraísos, sobre los que es casi imposible decir cuál es más hermoso. Uno de ellos es el barrio donde vivo: Cacupé.
Este barrio, que ya es hermoso naturalmente, está formado por una bahía y una preciosa playa y hace dos años pasó a ser aún más encantador. El motivo de esta mejora tiene una explicación: Doña María, una mujer de 52 años, empleada de Comcap (Compañía de Mejoras de la Capital), empresa que vela por la ciudad de Florianópolis a través de los servicios de recolección de basura, pintura, jardinería y servicios generales para la población. Durante estos dos años, Doña María se ha encargado de una parte del barrio Cacupé y, para mi suerte, fue asignada exactamente a la zona del barrio donde vivo. Desde entonces ha dejado el lugar impecable: “hecho un jardín”, como solemos decir.
Este último fin de año, como de costumbre, me detuve a charlar con Doña María para desearle una Feliz Navidad, agradecerle por su labor en nuestro barrio y también decirle cuánto la habíamos extrañado los últimos días, pues había salido de vacaciones y otra persona ocupó su lugar. En el momento que le contaba sobre la falta que nos hizo, ella me dio una verdadera clase de involucramiento, compromiso, responsabilidad y, sobre todo, conciencia del deber.
Me dijo que cuando volvió de las vacaciones notó que el barrio no había sido atendido de la forma en que suele hacerlo ella, pues la otra compañera de trabajo dejó de lado algunas tareas que considera básicas. Entre esas varias tareas que enumeró como estando incompletas (y que ella hace realmente), hubo dos que fueron las que más me llamaron la atención. Por un lado, el trabajo de barrer con cuidado la arena que se acumula en el carril en una curva que da acceso al barrio. Me dijo que si no se barre la arena en aquel lugar, las personas que transitan en moto pueden resbalar, caer y lastimarse. Por otro, dijo que durante su ausencia no se habían carpido las rosetas de espinas de una parte del césped que da acceso a la playa, lo que evita que los niños se lastimen los pies. En ningún momento mientras hablábamos se refirió a su trabajo como solamente barrer y juntar la basura. Siempre explicó el porqué, cuál era el motivo de hacer esa tarea que, al fin y al cabo, está siempre relacionada con velar por las personas para que estén bien.
Le pregunté por qué hace las cosas cómo las hace, prestando atención a cada detalle y por qué su colega no tuvo la misma preocupación, ya que las dos trabajan para la misma empresa y, en teoría, recibieron la misma capacitación. En aquel momento empezó la segunda parte de la clase que me dio. Me respondió con una sonrisa e inició la explicación con la expresión: “¡Ah, hijo mío!” (típico de quien va a compartir algo sabio). ¿Sabes lo qué pasa? Es que yo me ocupo del barrio de la misma manera en que me ocupo de mi casa. Soy una recolectora de residuos, ¿verdad? Entonces ese es mi deber. Así de simple.”
En el mundo en que vivimos actualmente, encuentro a muchas personas haciendo su trabajo de forma robotizada, sin ninguna claridad acerca del propósito de lo que hacen o de la dádiva que es el trabajo y el papel fundamental que tiene en nuestras vidas para nuestro crecimiento personal y, por supuesto, nuestro sustento. Escuchar lo que dijo Doña María dijo, fue la comprobación de todo lo que yo creo sobre personas orientadas por valores, propósito y claridad de su rol. Cuando vivimos eso, nunca más trabajamos: nos divertimos.
Salí de aquella conversación sumido en una profunda alegría por la oportunidad de tener contacto con una persona que tiene clara la esencia de lo que hace y el papel fundamental que desempeña para el conjunto de las personas. Desde hace dos años nos saludamos de mañana temprano, prácticamente todos los días cuando paso por ella para ir al trabajo. Ahora estoy agradecido no sólo porque nos cuida y cuida el barrio, sino también por las lecciones que he aprendido y que voy a aprender: en la próxima clase, en nuestra próxima conversación.
Fuente:
Artículo de Everton Gubert, CEO de Agriness, para su columna “Punto de Partida” en la Revista Feed&Food. Publicado en la edición de febrero de 2019.