No sé si es el limón en el agua que tomo en ayunas todos los días, pero tal vez por eso nuestra conversación de este mes pueda parecer un poco más ácida. La tan mentada felicidad es un asunto que me llama la atención por la forma en que las personas se han pasado a guiar por ese sentimiento y las consecuencias que tiene en sus vidas personales y profesionales.
Para pensar sobre ese tema es importante buscar información en el pasado, cuando la meta diaria del ser humano era prácticamente una sola: sobrevivir. Básicamente necesitaba alimentarse y no ser devorado por un predador. El instinto de supervivencia guiaba sus acciones y su cerebro “escaneaba” el entorno permanentemente para identificar si el momento era de amenaza o de recompensa.
Hoy en día en el mundo moderno prácticamente todo cambió, con excepción de una pieza básica: nuestro cerebro. No tenemos más amenazas como las que solíamos afrontar. No hay un animal salvaje que nos quiera devorar al poner los pies fuera de nuestra caverna actual. No necesitamos más cazar y matar a un animal para sobrevivir. No hay un ambiente tan hostil a punto de tener que quedar “escaneando” el entorno para ver si no estamos corriendo riesgo inminente. ¿Pero alguien ya coordinó las nuevas reglas con nuestro cerebro?
Para el cerebro, prácticamente todo sigue siendo una amenaza y entre las más grandes están las amenazas sociales. La era de la información reforzó un sentimiento equivalente a una amenaza física pero que nos afecta psicológicamente: el sentimiento de pertenencia. Para el ser humano, no pertenecer es prácticamente morir. En el trabajo, por ejemplo, la pertenencia es amenazada en todo momento. Cuando estoy en una reunión y no se acepta mi opinión, mi cerebro lo entiende como exclusión, no pertenencia, y eso para mí representa una amenaza. Y si estoy amenazado, estoy en estado de estrés. En ese estado difícilmente soy creativo o consigo producir algo valioso y mi productividad baja progresivamente.
Desde hace pocas décadas, con el desarrollo tecnológico y sus herramientas, los neurocientíficos empezaron a medir las actividades cerebrales y a comprobar que los dolores físicos y emocionales activan los mismos circuitos en el cerebro. Por lo tanto, un feedback negativo frente a otras personas, dependiendo del momento de vida que la persona está pasando, puede causar una sensación tan devastadora como el ataque de un animal salvaje lo hacía en el pasado.
Tal vez por eso las personas busquen tan desesperadamente el estado definitivo de felicidad. En él, existe la fantasía de que no hay amenaza física o social. Basta ver las publicaciones en las redes sociales. Todo el mundo está feliz, ¿verdad? ¡Pero no!
No hay felicidad definitiva, eso es una ilusión. Todos lo sabemos, pero intentamos engañarnos a nosotros mismos y a los demás cuando aparecemos como “los eternos felices” en las redes sociales. Y en nombre de esa búsqueda constante de la felicidad, las personas están haciendo cualquier cosa, usando cualquier medio para alcanzarla, personal y profesionalmente. La locura es total cuando esa meta se convierte en una obsesión tan gigantesca que la persona no se da más cuenta cuando está en un momento de felicidad y ya quiere ir atrás del próximo. Cosas sencillas, como disfrutar de un amanecer o una puesta de sol están lejos de ser suficientes. En lo profesional, no se consigue disfrutar al subir un escalón, tener un nuevo cargo, pues la felicidad sólo llegará siendo el presidente de la empresa. ¿Y cuál sería el foco si la felicidad no lo es?
Cada vez más creo en orientarse por el propósito y no por la felicidad. Elegir dedicar la vida a un propósito, en especial a algo que deje un legado al mundo y a las futuras generaciones, es elegir una jornada de desarrollo personal y humano. No es algo fácil de alcanzar, por lo general, se dedica toda una vida para lograrlo. No es algo efímero, que cambia como nuestro estado de humor. Es una jornada de maduración, donde conquistas, frustraciones, momentos infelices y de pura felicidad van alternando y construyendo el carácter y la obra.
Es por eso que una buena parte de los grandes nombres de la historia de la humanidad, incluso no teniendo una historia tan feliz para contar, dejaron un legado que hace que otras personas puedan ser un poco más felices. O mejor, con menos momentos de infelicidad.
¿Y usted, como líder, qué busca desarrollar y estimular en su equipo: la felicidad o el propósito y el bien común?
Fuente:
Artículo de Everton Gubert, CEO de Agriness, para su columna “Punto de Partida” en la Revista Feed&Food. Publicado en la edición de abril de 2019.